Fexting: ¿Por qué preferimos discutir a través de mensajes?
Las discusiones son una parte inevitable de nuestras relaciones, pero en la era de las redes sociales y los teléfonos inteligentes, un fenómeno peculiar ha cobrado fuerza: el fexting. Esta palabra combina “fight” (pelea) y “texting” (mensajear) y describe un hábito que muchos han adoptado sin pensarlo demasiado: pelear a través de mensajes de texto. Aunque puede parecer una solución práctica para evitar confrontaciones cara a cara, este hábito también conlleva riesgos importantes para la salud emocional y la calidad de nuestras relaciones. Pero, ¿por qué lo hacemos? ¿Qué hace que sea tan tentador y, al mismo tiempo, tan problemático?
El cerebro emocional y la respuesta al conflicto
Cuando percibimos una amenaza o un conflicto, nuestro cerebro activa el sistema límbico, conocido como el cerebro de las emociones. Esto desencadena una respuesta de lucha o huida que nos prepara para reaccionar. Es aquí donde los mensajes de texto entran en juego. En lugar de enfrentar a la otra persona directamente, buscamos una «zona segura» en la pantalla de nuestro teléfono. Escribir un mensaje nos da la ilusión de control, pero al mismo tiempo puede llevarnos a caer en un círculo de discusión interminable.
En las relaciones de pareja, este ciclo se agrava. Las emociones intensas, como el enojo o la frustración, pueden desbordarse en mensajes impulsivos, cargados de reproches. Al evitar el contacto cara a cara, perdemos la capacidad de leer señales no verbales como el tono de voz o la expresión facial, elementos cruciales para entender las emociones del otro.
¿Por qué optamos por el fexting?
El fexting tiene razones tanto emocionales como prácticas. Por un lado, los mensajes de texto nos permiten ganar tiempo para procesar nuestras emociones y redactar nuestra respuesta, algo que no es tan fácil en una conversación en persona. Por otro lado, puede ser una estrategia para manejar la incomodidad que supone el conflicto directo. Discutir por mensajes parece un camino menos intimidante, pero conlleva sus propios problemas.
Al igual que ocurre con las redes sociales, estar detrás de una pantalla puede hacernos más directos y, a veces, incluso más agresivos. Es más fácil escribir cosas hirientes cuando no estamos viendo el efecto inmediato que tienen en la otra persona. Esta «distancia emocional» puede escalar los conflictos en lugar de resolverlos.
Los daños ocultos del fexting
Aunque en el momento puede parecer una opción cómoda, el fexting conlleva riesgos para nuestras relaciones. La falta de comunicación no verbal es una de las principales desventajas. Sin ver los gestos o escuchar el tono de voz, los mensajes pueden malinterpretarse fácilmente. Un comentario irónico o sarcástico, que en persona sería evidente, puede parecer un ataque directo por texto.
Además, el fexting tiende a alargar los conflictos. Las personas suelen revisitar y releer mensajes antiguos, lo que alimenta aún más el enojo o la tristeza. Esta falta de cierre puede generar frustración y desgaste emocional.
Otro problema importante es la menor empatía. Cuando discutimos cara a cara, nuestras neuronas espejo nos ayudan a empatizar con el sufrimiento del otro. En cambio, los mensajes de texto reducen esta conexión, haciendo que sea más fácil ser insensible o indiferente.
¿Cómo minimizar el impacto negativo?
Aunque el fexting parece estar aquí para quedarse, existen formas de reducir su impacto negativo. Lo primero es reconocer cuándo una discusión está escalando. Si notas que los mensajes se vuelven más agresivos o que la conversación no avanza, es mejor proponer hablar directamente. Un simple «Creo que es mejor que discutamos esto en persona» puede ser un cambio invaluable.
También es útil reflexionar antes de responder. Los mensajes impulsivos suelen ser los que más daño hacen y los que más arrepentimiento generan. Tomarte unos minutos para pensar lo que vas a escribir puede evitar que alimentes el conflicto.
El fexting es un fenómeno cada vez más común en las interacciones modernas, pero viene con un costo que no siempre reconocemos. Aunque puede ser tentador resolver conflictos desde la comodidad de nuestros teléfonos, este hábito puede alejarnos de una comunicación más auténtica y empática. La clave está en encontrar un equilibrio, sabiendo cuándo es mejor poner el móvil a un lado y optar por el contacto humano directo. Al final, las relaciones más sólidas no se construyen a base de mensajes, sino de momentos compartidos y entendimiento mutuo.
Por último, recuerda que el contexto importa. No todas las discusiones necesitan tener lugar en ese momento exacto o por ese medio. A veces, esperar hasta poder verlo cara a cara no solo mejora la comunicación, sino que también fortalece la relación.